Contemplaba
el cielo como nunca antes había podido verlo, su claridad y su
belleza me cegaban la mente pero no la vista.
La soledad era mi
mejor compañera en aquellos momentos, aunque de todas maneras,
quisiera o no, era la única y lo sabía.
El tiempo pasaba lento y
pesado y mis piernas se cansaban de aquella postura erguida y
uniforme. Miro el cielo con la boca entreabierta y la mirada perdida
en la infinidad. En aquel momento, de repente, sin más, me pregunté
¿Por qué no? Quizás llegue, o quizás yo desaparezca...
Comencé
a caminar, mis manos buscaban cobijo en el hueco de mis pantalones
donde no había espacio más que para mi móvil, me aferré al abrigo
y lo apreté contra mi, abrochándolo y metiendo las manos en los
bolsillos.
Caminaba en línea recta o al menos eso me parecía, la
percepción de mi entorno llegaba borrosa hasta mi mientras miraba al
cielo.
Una sombra caminaba a una velocidad lenta pero constante
frente a mi, pero hacia una dirección contraria a la mía.
Noté
que había alguien más tras de mi, una mano fió varios golpes en mi
hombro y a continuación hoy un siseo, di media vuelta e intenté
fijar mi mirada hacia el frente, en aquel movimiento brusco perdí
por completo el equilibrio, el suelo parecía haberse movido del
sitio y su volumen parecía haber cambiado y pasar a ser más bajo de
lo normal.
No importaba como ni cual fuera la causa, tampoco la
razón, lo único cierto es que me caí, así es, desafortunadamente
acabe topándome con el frío suelo y de losas amarillentas de aquel
gran parque.
Miré a mi alrededor desorientada, perdida, las gafas
se me habían caído y las había podido escuchar rodar hacia algún
lado.
Escucho unos pasos que corren pero no puedo identificar si
huyen de mi o se acercan.
Tras unos segundos alguien me cogió en
un intento de levantarme, pero quedo medio-tumbada en el suelo.
Sentada en dirección contraria a la que me dirigía en un principio.
No conseguí averiguar, en aquel instante, la torpeza de mi giro,
pero no lo pude remediar. No aparte la mirada de la dirección a la
que me había girado, no había nadie, nadie.
Me había sujetado
de los brazos y me había ayudado a levantar.
Me extendió las
gafas con las patas sueltas y colgando, miré la mano que me las
entregaba y las cogí, poco después dirigí la mirada hacia donde me
dirigía antes, mientras me colocaba las gafas; la persona ya no
estaba allí donde andaba antes, hacia mi.
Le miro, su rostro se
veía oscuro en la noche, con la luz de horizonte haciendo contraluz
a su rostro, y con la luna como única iluminación azulada, mas aún
con aquella oscuridad sabía que él era quien había estado andando
frente a mi.
Le sonrió pero apenas puedo sentir mis propios
gestos ni siquiera mi mismo rostro por el frío que había comenzado
a hacer.
Todavía no me había soltado el brazo y su mirada de
ojos castaños color almendra causaban un extraño escalofrío en mi
nuca mientras se erizaban mis cabellos, podía sentir el calor de su
cuerpo junto a mi, y la suavidad de su piel que se abría paso a
través de un espacio que había dejado sus guantes negros de algodón
y cuero y mi fino abrigo.
Me sonrió enseñando sus blancos
dientes, formando un graciosos hoyuelo en unas de sus mejillas.
No
era capaz de pronunciar palabra alguna, mi vocabulario había
desaparecido de mi mente, no me salían mas que balbuceos que eran
inaudibles con aquel aire.
Ambos parecíamos haber entrado en un
extraño estado de choc, en lo que las palabras no hacían más que
estorbar.
Pareció darse cuenta del silencio que se había formado
en cuestión de segundos, y me ofreció con su cálida sonrisa alguna
bebida caliente en el bar más cercano. Se lo acepté perdida en la
oscuridad
de sus pupilas, mientras temblaba como un flan bajo
aquella hermosa lluvia de estrellas. Tras comprobar mis repentinos
movimientos, a pesar de la poca distancia que había entre nosotros,
me ofreció su chaqueta que se quitó a pesar de que me
negué.
Caminamos hacia el lugar cubierto más cercano. Yo tapada
con su chaqueta y con el escudo de sus brazos que me acomodaban la
chaqueta y me protegían del frío mientras entrelazábamos una
agradable conversación cubierta de dulces sonrisas.
Quizás nos
acabáramos de conocer pero jamás antes había podido experimentar
sentimientos iguales, aquel poder que había conseguido hacer que
todo lo demás desapareciera y que lo único existente fuéramos
nosotros... Había oído mil y una historias sobre los duendes de los
bosques y hadas de la noche y esta se uniría a una de ellas.